lunes, 28 de abril de 2025

Trump, Putin y la traición al Memorándum de Budapest

La actitud que el controversial líder ruso y el Presidente de Estados Unidos han tenido frente a este tratado es un pésimo precedente para el derecho internacional.


Que alguien le recuerde a Donald Trump que existe el Memorándum de Budapest... y que lo haga con urgencia. Que alguien le diga, si es que no lo sabe —o peor aún, si lo sabe y prefiere ignorarlo—, que en 1994, Estados Unidos y Rusia firmaron un compromiso vinculante, al menos en términos diplomáticos y morales, de respetar la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Que alguien le explique que, al elogiar públicamente a Vladimir Putin tras la invasión a Ucrania en 2022, está dinamitando no sólo los principios del derecho internacional, sino también el ya precario prestigio de Estados Unidos como garante de la paz y el orden global.

EEUU y Rusia se comprometían a respetar las fronteras ucranianas

Putin y Trump.
El Memorándum de Budapest, firmado el 5 de diciembre de 1994, fue un acuerdo trascendental en el contexto del colapso de la Unión Soviética. Ucrania heredó el tercer mayor arsenal nuclear del mundo tras la disolución soviética. En un gesto histórico de desarme y buena voluntad, Kiev accedió a entregar ese arsenal a Rusia, a cambio de garantías plenas de seguridad, y de respeto de las fronteras límitrofres territoriales de la nación ucraniana.

Estados Unidos, Reino Unido y Rusia firmaron dicho documento, comprometiéndose formalmente a “respetar la independencia, la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania” (ONU, A/49/765).

Aquello que debía ser una muestra de compromiso con la paz se transformó, décadas más tarde, en un símbolo de traición. La macabra anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, y posteriormente la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, constituyen violaciones flagrantes del Memorándum. Es así como el perverso Vladimir Putin, bajo una lógica imperial y revisionista, optó por reiniciar el conflicto geopolítico más peligroso del siglo XXI. La excusa fue una supuesta “desnazificación” y “desmilitarización” de Ucrania, un discurso propagandístico ridículo y absurdo que recuerda los pretextos usados por potencias expansionistas del pasado para justificar brutales agresiones.

Trump no ha estado a la altura de un líder

Pero lo que resulta aún más alarmante es la actitud displicente de Donald Trump ante este escenario. No contento con haberse retirado de múltiples compromisos multilaterales durante su primer mandato (el Acuerdo de París, el acuerdo nuclear con Irán, entre otros), Trump ha oscilado entre la indiferencia y la admiración inexplicable hacia Putin. En febrero de 2022, apenas iniciada la ofensiva rusa, calificó la estrategia de Putin como “inteligente” y “genial” (NBC News, 23/02/2022). Incluso ha amenazado con retirar a Estados Unidos de la OTAN previo a las elecciones presidenciales que ganó el año pasado, debilitando aún más la estructura de seguridad colectiva europea.

Trump no es sólo un presidente polémico y controversial; es el actual presidente de Estados Unidos, la principal potencia del mundo... y sus palabras y acciones tienen consecuencias globales. Su retórica aislacionista y su admiración por autócratas dictatoriales como Putin lo convierten en un aliado tácito del Kremlin. Al negar el carácter agresor de Rusia, al restar importancia a los crímenes de guerra cometidos en Bucha, Mariúpol o Jersón, al relativizar el derecho de los ucranianos a defenderse, Trump está minando activamente los valores democráticos que Estados Unidos dice representar.

No se puede ser ambiguo frente a la invasión rusa

El contexto histórico no permite ambigüedades. Desde la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional ha tratado de construir un marco legal que impida el uso unilateral de la fuerza. La Carta de las Naciones Unidas (1945), el Acta Final de Helsinki (1975), y el propio Memorándum de Budapest (1994) son piezas fundamentales de ese andamiaje. Putin, al igual que Hitler en su tiempo, utiliza el revisionismo histórico para justificar anexiones por la vía de la fuerza bruta. Trump, al ignorar estos compromisos, contribuye a ese mismo desmantelamiento del orden internacional.

No se trata sólo de Ucrania. Se trata de la credibilidad de Occidente. Se trata de saber si los tratados y memorandos significan algo o si son, como temía Thomas Hobbes, meras palabras sin espada. ¿Qué mensaje envía Estados Unidos al mundo si su propio presidente minimiza violaciones a acuerdos firmados por su país? ¿Qué seguridad se le puede ofrecer a Taiwán, a Corea del Sur, a los Estados bálticos si es incapaz de cumplir la palabra empeñada?

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes que defiendan el derecho internacional, no que lo trivialicen. El cinismo del genocida Vladimir Putin y la complacencia de Donald Trump son las dos caras de una misma moneda: la del desdén por la ley, por la memoria histórica y por la dignidad de los pueblos. Que alguien le recuerde a Trump el Memorándum de Budapest. Que alguien le diga que la historia lo juzgará no por lo que diga en un mitin, sino por lo que decidió ignorar mientras el mundo ardía, y Ucrania se caía a pedazos.

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