La derecha chilena es intrínsecamente autoflagelante, mucho más que la izquierda.
En el tablero político chileno, hay una constante que parece repetirse elección tras elección: la izquierda, a pesar de sus diferencias internas y tropiezos programáticos, logra articular pactos y apoyos estratégicos que le permiten llegar con fuerza a las presidenciales. La izquierda y la ultraizquierda tienen miles de defectos, pero si hay una virtud que se les puede destacar es el pragmatismo. Mientras tanto, las derechas se consumen en disputas internas, desconfianzas y un purismo ideológico que las condena a la fragmentación permanente.
Derecha vs centroderecha
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Chile. |
La izquierda, en cambio, a pesar de sus tensiones internas entre socialistas, comunistas y movimientos más radicales, ha demostrado una sorprendente capacidad de coordinación electoral. En las últimas elecciones presidenciales, vimos cómo sectores del Frente Amplio y del Partido Comunista convergieron con la Democracia Cristiana (que de cristianos sólo tienen el nombre), entendiendo que la unidad era la única forma de asegurar el poder. Esa fórmula hasta ahora les ha resultado. Y si bien no están exentos de críticas, han sabido jugar en equipo cuando se trata de competir por el gobierno. Llámenlo ambición, llámenlo pragmatismo, llámenlo estrategia, pero ahí están: unidos contra viento y marea.
Es aquí donde la derecha chilena falla: no ha logrado construir una cultura política que premie la colaboración y el sentido de proyecto común. El fuego amigo entre derecha conservadora y centroderecha liberal, las purgas ideológicas y los egos personales han impedido consolidar una alternativa robusta frente a un electorado que, aunque muy desencantado de la izquierda, no encuentra una derecha confiable y cohesionada.
Los votos se ganan con estrategia electoral
En democracia, los votos no se ganan con superioridad moral ni con dogmas, sino con unidad, sentido práctico y visión de país. Mientras las derechas se sigan saboteando a sí mismas, seguirán viendo cómo la izquierda y la ultraizquierda —aunque con menos respaldo popular del que aparenta— se impone elección tras elección.
Chile no necesita más trincheras, necesita coaliciones maduras que entiendan que gobernar es pactar, y que la diversidad dentro de un sector no es un defecto, sino una fortaleza si se sabe administrar. Sí se puede ser consecuente pero estratégico a la vez. Si la derecha no lo comprende pronto, seguirá siendo oposición de sí misma… y de nadie más.
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