Esta es una historia basada en hechos reales, con personajes que en verdad existieron.
La historia que les contaré ocurrió de verdad. Los hechos se remontan a Santiago de Chile, a mediados de los años 80s, cuando yo era un niño pequeño.
El felino Wuiri llegó una tarde de invierno, cuando el frío calaba los huesos y el viento hacía crujir las ventanas de la antigua casa. Era un gato blanco como la nieve, de ojos verdes que parecían dos esmeraldas brillando en la penumbra. No tenía dueño, o al menos eso parecía. Simplemente apareció en la puerta de nuestra casa, hambriento y curioso, y poco a poco fue adueñándose de cada rincón del hogar. Vivía en el patio, y estuvo ahí por meses, compartiendo tanto con nuestra familia como con mis dos tortugas.
Un gladiador que nunca se daba por vencido
A pesar de su ternura y su ronroneo apacible, Wuiri tenía un lado oscuro. Era un guerrero nato, un luchador incansable que no dudaba en defender su territorio, tal como si fuese un enconado gladiador. Cada noche salía a explorar el vecindario, y muchas veces volvía maltrecho, con el pelaje enmarañado, lleno de sangre y con heridas nuevas que llenaban su cuerpo. La causa de estas batallas tenía nombre y reputación: Unidad Renegada Scorpion, un enigmático gato blanco con manchas oscuras, fiero y territorial, que reinaba sobre el tejado de un estacionamiento que había en el edificio contiguo.
Las batallas entre Wuiri y Scorpion se hicieron legendarias. Eran encuentros violentos, donde los bufidos se mezclaban con zarpazos certeros y gruñidos que resonaban en la madrugada. Ambos se odiaban con la misma intensidad con la que respetaban la fuerza del otro. Pero todo llegó a su clímax una noche de tormenta, cuando el viento aullaba y la lluvia apenas empezaba a caer.
Wuiri y Scorpion se encontraron en la cumbre de su conflicto, en lo alto de un techo de zinc, a unos tres metros de altura sobre el nivel del piso. Se miraron fijamente, con los músculos tensos y las colas erizadas. Entonces, saltaron el uno contra el otro. Fue una lucha feroz, más brutal que cualquier otra. Se lanzaban al vacío, se arañaban con rabia, se mordían con el instinto primitivo de la supervivencia.
Hasta que sucedió lo inevitable
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Así era el gato Wuiri. |
En los días siguientes, Wuiri estuvo diferente. No volvió a pelear. Apenas comía, y sus ojos verdes habían perdido el brillo de la batalla. Luego, una tarde cualquiera, se fue. Salió por el portón del pasaje sin mirar atrás, del mismo modo en que había llegado. No dejó rastro, ni una huella en la tierra húmeda. Simplemente desapareció, como un fantasma que había cumplido su funesto propósito.
Nunca supe qué fue de él. Tal vez siguió vagando por los tejados de otra ciudad, o quizás decidió que su tiempo de guerrero había terminado... o simplemente murió, como consecuencia directa de las heridas que de seguro tenía tras los enfrentamientos y la violenta caída desde el tejado.
Después de ello, lo único cierto es que, en aquella casa, en las noches de lluvia, su ausencia se sintió por mucho tiempo, y muchas veces creíamos que iba a volver.. pero nada. Por años, cuando el viento soplaba fuerte, juraba escuchar el eco de una pelea gatuna en la distancia, y se me venía a la mente el recuerdo de los tiempos gatunos de Wuiri, el guerrero de mil batallas.
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