El costo de una paz injusta: la nación ucraniana no debe ser sacrificada en la mesa de negociaciones, ni por Donald Trump ni menos por Vladimir Putin.
Desde el inicio de la invasión rusa en febrero de 2022, la guerra en Ucrania ha sido una herida abierta para el mundo. Las recientes conversaciones entre líderes de Estados Unidos, Rusia y Ucrania sobre un posible tratado de paz han reavivado el debate sobre las condiciones en que debería firmarse un acuerdo. Sin embargo, es fundamental entender que una paz basada en la cesión de territorios ucranianos no es un tratado de paz, sino una capitulación disfrazada. Ceder los territorios de Crimea y el Donbás a Rusia sería validar la estrategia de conquista por la fuerza bruta, lo que sentaría un precedente nefasto para la seguridad global. Si la comunidad internacional permite que un agresor modifique las fronteras a su antojo mediante la guerra, estaríamos regresando a la lógica de los siglos XIX y XX, cuando las invasiones eran moneda corriente en la geopolítica.
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Fuerza a Ucrania. |
Pero lo más preocupante es que Estados Unidos, con el iluso Donald Trump en el poder, también ha incumplido este compromiso. Su negativa a brindar apoyo militar sin condiciones y su retórica ambigua sobre el conflicto han debilitado la posición de Ucrania y puesto en entredicho la confiabilidad de las garantías de seguridad internacionales. Si el Memorándum de Budapest no se respeta, ¿qué incentivo tendrían otros países para renunciar a sus armas nucleares en el futuro? Las recientes declaraciones de Donald Trump, culpando a Ucrania por no alcanzar un acuerdo con Rusia, reflejan su profunda ignorancia o su deliberada complicidad con Putin, y también violan principios fundamentales del Derecho Internacional, ya que desobedece un tratado firmado por su propio país. Acá es necesario recordarle a Trump que pretender que la víctima debe ceder ante el agresor es una distorsión perversa de la realidad, que sólo favorece los intereses expansionistas del Kremlin.
Trump ha demostrado en reiteradas ocasiones su admiración por ideas autoritarias y su desprecio por las alianzas democráticas. Desde su negativa a condenar la anexión de Crimea hasta su insistencia en que Ucrania debía negociar con Putin, su postura ha debilitado el respaldo de Occidente a Kiev y ha alimentado el relato de que la guerra es culpa de ambos bandos, cuando en realidad la responsabilidad recae enteramente en el agresor ruso. Si el objetivo es una paz duradera y justa, cualquier acuerdo debe basarse en tres principios fundamentales: la restauración de la soberanía ucraniana, la reconstrucción financiada por Rusia y la justicia para los crímenes de guerra. Ucrania no puede ser obligada a ceder territorio a cambio de un alto al fuego, pues esto equivaldría a legitimar la invasión y a sentar las bases para futuras agresiones. Moscú debe asumir la responsabilidad por la destrucción que ha causado y contribuir económicamente a la reconstrucción de Ucrania, además de que Putin y otros responsables de la agresión deben enfrentar la justicia internacional por los crímenes cometidos contra la población civil ucraniana.
No se puede hablar de paz cuando lo que se propone es una mutilación territorial disfrazada de acuerdo. La comunidad internacional no puede permitir que la brutalidad y la violencia sean recompensadas. Ucrania no sólo lucha por su propia supervivencia, sino que también por la estabilidad del orden global. Si se permite que Rusia se quede con el botín de guerra, se abrirán las puertas a una era de caos donde las fronteras serán decididas por la fuerza, y no por el derecho. La paz no se construye sobre la rendición de los débiles ante los fuertes. La verdadera paz solamente será posible cuando Ucrania recupere lo que es suyo por derecho: su tierra, su soberanía y su dignidad.
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