Chile sueña en grande: la postulación a los Juegos Olímpicos 2036 y la oportunidad histórica de transformar su infraestructura deportiva.
Durante el año pasado, en el marco de la Cuenta Pública 2024 entregada por el Presidente Gabriel Boric se anunció la intención de postular a Chile como sede de los Juegos Olímpicos de 2036. Si bien muchas veces acá en mi blog he criticado abiertamente a Boric, creo que en este punto tiene razón, y vale la pena jugársela al menos para intentarlo.
Se trata de una propuesta que, si bien puede sonar utópica y alocada a primera vista, también representa una oportunidad única para repensar el desarrollo urbano, deportivo y simbólico del país. Pero más allá del discurso, lo cierto es que Chile no cuenta hoy con la infraestructura necesaria para aspirar seriamente a organizar una cita planetaria como los JJ.OO. Y el primer gran obstáculo está a la vista: no tenemos un estadio olímpico.
El Estadio Nacional: corazón histórico, pero insuficiente
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Estadio Nacional. |
Pero una reforma respetuosa es posible y necesaria, al menos para volverle al Estadio Nacional el sitial de honor como uno de los principales colosos de Sudamérica. Acá lo que propongo es hundir la cancha, eliminar la pista atlética, acercar las tribunas y construir un anillo superior, lo que permitiría aumentar su aforo a 60 o incluso 63 mil espectadores sin alterar su silueta patrimonial. Esta remodelación podría coexistir con un recinto de atletismo autónomo en la vecina Pista Mario Recordón, completando así un “campus olímpico” de primer nivel: el mejor del subcontinente.
Esta ampliación del Estadio Nacional no le permitiría ser estadio olímpico de atletismo, porque ya no tendría su pista atlética, aunque sí contaría con la capacidad adecuada para volver a ser uno de los principales colosos del cono sur. Sin embargo, esta transformación sería muy útil porque le permitiría recuperar el sitial de honor que nunca debió de haber perdido, como uno de los recintos históricos más grandes de Sudamérica. Hoy por hoy, es casi vergonzoso que un reducto con toda la historia y simbolismo que posee nuestro viejo y querido Estadio Nacional sólo posea un aforo de apenas 48 mil personas.
Dicha ampliación y modernización, pero manteniendo su fachada externa, sólo sería parte de un plan aún más ambicioso, pero por el cual vale la pena jugársela: una posterior postulación ante la Unesco para que el Estadio Nacional de Santiago pueda ser considerado como Patrimonio de la Humanidad, Historia para ello tiene de sobra, tanto deportiva como musical, política e incluso religiosa. Hay que decirlo: en todo el mundo son muy pocos los estadios que tienen tanta historia como nuestro Estadio Nacional, y al parecer los chilenos somos los únicos que no nos damos cuenta de ello.
La pieza que falta: un nuevo estadio olímpico en Santiago
Aun con un Estadio Nacional modernizado y "agrandado", Chile necesita un estadio que cumpla plenamente con los estándares del COI, incluido espacio para una pista atlética y una capacidad superior a los 65 mil espectadores. Y ahí es donde surge una propuesta estratégica, tan llamativa como visionaria a la vez: construir un nuevo estadio olímpico a través de una asociación público-privada entre el Estado y el club Universidad de Chile. Que sea el Estado el que ayude a la "U" a conseguir un terreno para construir un estadio, pero que sea una empresa externa la que lo construya a cambio de los derechos por el nombre del recinto.
La “U”, uno de los equipos más populares del país, lleva más de 80 años soñando con tener un estadio propio. Pero ha enfrentado más trabas políticas y administrativas que ningún otro club del mundo. El elenco del chuncho padecido de toda la severidad de una permisología brutal y nefasta, probablemente la peor del orbe.
Acá, la consigna es bastante clara: lo que pretendo es que se pueda construir un estadio que sirva tanto a los JJ.OO. como al club azul, lo cual no sólo resolvería dos problemas estructurales, sino que también representaría un acto de justicia deportiva con una institución a la que el Estado de Chile lleva por lo menos 50 años prohibiéndole construir su propio recinto deportivo.
¿Dónde y cómo construirlo?
Existen dos terrenos urbanos disponibles que podrían acoger este nuevo coloso: el Parque O’Higgins, que quedaría libre tras la futura reubicación de Fantasilandia en San Bernardo, y el Parque Bicentenario de Cerrillos, un espacio con conectividad y potencial. Ambos cuentan con condiciones logísticas ideales y están dentro del radio urbano de Santiago. Lo otro sería buscar lugares en sectores más alejados y periféricos, como Lampa, Melipilla o Til Til.
Dado que ni la Universidad de Chile ni el Estado tienen los recursos para financiar un proyecto de tal envergadura, mi propuesta acá es un modelo de colaboración público-privada mediante “naming rights”: una gran empresa multinacional financiaría el estadio a cambio de ponerle su nombre. Este mecanismo es común en Europa y EE.UU., y permitiría levantar una obra de interés nacional sin gasto fiscal directo, sino que sea una compañía privada la que haga el reducto, tal como ya se ha hecho en varios otros países.
Además, la idea es que el estadio pueda contar con el espacio físico para instalar ahí una pista atlética desmontable, que sea colocada exclusivamente para los Juegos y retirada después, lo que resolvería el tema técnico sin afectar la funcionalidad futbolística posterior.
Seguridad pública: una excusa injusta
Uno de los argumentos más utilizados para bloquear proyectos como el estadio de la “U” es la seguridad pública. Sin embargo, la delincuencia no se combate prohibiendo estadios, sino con un sistema judicial eficiente, leyes robustas y autoridades que hagan su trabajo. Culpar al fútbol por el descontrol y mal desempeño de otros sectores del Estado es no sólo injusto, sino también miope. Un estadio moderno, con estándares de seguridad internacional, ayuda más al orden que la inacción y la postergación constante.
Más que un evento: un proyecto país
Los Juegos Olímpicos no duran tres semanas. Su legado puede marcar generaciones. Son la excusa perfecta para rediseñar nuestras ciudades, fortalecer el transporte público, descentralizar la infraestructura, atraer inversión y proyectar a Chile al mundo.
Otras ciudades como Valparaíso, Concepción, Temuco o La Serena también podrían ser parte del proyecto olímpico, integrándose a través de una planificación nacional que deje huella más allá del deporte.
El momento es ahora, no en diez años más
Postular a los JJ.OO. 2036 no debe quedarse como un simple anuncio presidencial de un Gobierno mediocre. Debe una tarea de Estado, que requiere voluntad política de todos los sectores, visión estratégica, y una ciudadanía dispuesta a soñar en grande. La modernización del Estadio Nacional es perfectamente factible, pero esa sólo debe ser la primera parte. La construcción de un nuevo estadio olímpico también es crucial. Y vincularlo al histórico anhelo del pueblo azul no solo es inteligente y pragmático: es profundamente justo con una institución que el Estado chileno ha pasado a llevar por durante décadas.
Chile tiene la oportunidad de dejar de ser el país que siempre llega tarde o se baja del bus. La historia nos mira. El futuro espera. ¿Nos atreveremos esta vez o seguiremos viendo cómo otros hacen lo que nosotros apenas podemos soñar?