domingo, 23 de junio de 2024

Chile necesita un estadio olímpico y la “U” necesita un estadio propio: la solución para ambos problemas va de la mano.

Mi propuesta es simple: aprovechando que Chile necesita un estadio olímpico de estándares mundiales, y que la Universidad de Chile tiene la legítima aspiración de contar con un estadio propio desde hace ya más de 80 años, creo que la solución para ambos temas es bastante factible. 

Uno de los anuncios más llamativos durante la pasada Cuenta Pública del Presidente Gabriel Boric fue la futura postulación de Chile para ser sede de los Juegos Olímpicos del 2036. Sin embargo, más allá de lo espectacular que puede sonar esa propuesta, hay que decir las cosas por su nombre: a Chile le falta un gran estadio, de estándares modernos e internacionales acordes para organizar una cita planetaria. De hecho, por ese mismo motivo es que nuestro país se quedó afuera de ser parte de la organización del Mundial de 2026, siendo que hasta Paraguay y Uruguay tendrán al menos un partido como sede de dicho magno evento.

Estadio Olímpico de Roma.
Si bien acá en Chile tenemos al viejo y querido Estadio Nacional, es evidente que necesitamos de otro estadio mucho más grande y moderno para aspirar a ser sede de competencias de carácter global. El Estadio Nacional tiene una capacidad para apenas 49 mil personas, mucho menos que lo que exige el Comité Olímpico Internacional: un aforo de 65 a 70 mil personas, como mínimo. Y el Estadio Nacional no se puede ampliar debido a su condición de monumento histórico, así que sólo se le podría utilizar para algunas competencias, y no como el escenario principal del Atletismo, la prueba reina de los Juegos Olímpicos.

Mi propuesta es simple: aprovechando que Chile necesita un estadio olímpico de estándares mundiales, y que la Universidad de Chile tiene la legítima aspiración de contar con un estadio propio, que es el sueño de sus hinchas desde hace ya más de 80 años, creo que la solución para ambos temas es bastante factible, y de hecho perfectamente es algo que va de la mano. Pero el camino para ello no es sencillo, ya que no sólo se requiere del esfuerzo de dirigentes y estamentos privados, sino que también se necesita de voluntad política de parte de alcaldes y por lo menos de algún gobierno que de verdad se la quiera jugar por un estadio olímpico para nuestro país. Y por qué no decirlo, también para colaborar con la “U”, en una acción público-privada como las miles que ya han existido a lo largo de la historia de nuestra nación. 

Lo primero debe ser conseguir un terreno para el nuevo coloso

La gran piedra de tope para concretar este verdadero sueño de una parte significativa de nuestra sociedad (al menos el 20% de los chilenos somos hinchas de la “U”) es conseguir la autorización municipal para edificar un estadio. Frente a esto, por años hemos visto con mucha pena y vergüenza que Chile es el país más anti-fútbol del mundo, donde a la Universidad de Chile se le hacen más problemas que a ningún otro equipo en el orbe para poder levantar su propio coliseo deportivo. En ningún otro país a nivel global se le ponen tantos ripios en el camino a un club como lo que acá sucede con la “U”, ¡en ningún otro lado del mundo!

Es por esto mismo que acá se requiere altura de miras. La cosa es simple: en el radio urbano de Santiago sólo existen dos “paños” inmobiliarios con las características que permitirían levantar un coliseo con las dimensiones de un estadio olímpico: en el Parque Cerrillos (comuna de Cerrillos) y en el Parque O´Higgins (en Santiago Centro)… ¿El Parque O´Higgins? Sí, porque en unos años más Fantasilandia se irá San Bernardo, dejando disponible el terreno que actualmente ocupa a pasos del Metro Rondizzoni. Es por eso mismo que para levantar un estadio olímpico, sí o sí se requerirá de la colaboración de los alcaldes de al menos una de estas dos comunas. La tercera alternativa sería ya buscar terrenos afuera del radio urbano, en comunas periféricas como Melipilla o Til Til, pero por condiciones de transporte y logística, sería inviable pensar en contar con un estadio olímpico a tanta distancia de las zonas céntricas de la ciudad. 

Segundo paso: La construcción del futuro estadio olímpico

Acá hay que ser claro: la concesionaria de Universidad de Chile no tiene dinero para levantar un estadio de 60 o 70 mil personas, y el Estado no va a colaborar al respecto. Entonces hay que buscar un financiamiento externo, también enmarcado en esta colaboración público-privada para lograr un gran objetivo de interés nacional: los Juegos Olímpicos del 2036. La estrategia a seguir debe ser conseguir la colaboración de una empresa privada de gran capital, idealmente una multinacional, que construya el recinto a cambio de los derechos del nombre del mismo. Esto es lo que se conoce como “naming rights”, y que es ampliamente usado para hacer estadios en Europa y en Estados Unidos.

Si bien Universidad de Chile no necesita de un estadio con pista atlética, pues sólo lo usaría para el fútbol, estratégicamente es mucho mejor que el recinto sí cuente con el espacio para tener una. Primero, por el factor seguridad, ya que eso permitiría alejar a la hinchada del campo de juego, y serviría para evitar incidentes con las barras y también disminuir las posibilidades de eventuales castigos al reducto o a la institución. Y segundo, porque al tener un espacio disponible entre la cancha y las gradas, se podría instalar una pista atlética desmontable de altísima calidad, la cual se usaría sólo para los hipotéticos Juegos Olímpicos, y después se sacaría dejando en su lugar un sector que podría ser protegido con una carpeta o con pasto sintético… y que a futuro podría recibir nuevamente otra pista atlética desmontable, para un nuevo mega evento de atletismo. 

La estrategia de construir un estadio vía “naming rights” es buenísima, ya que con ella todos ganan: Universidad de Chile por fin podrá contar con su estadio propio, Chile podrá tener a su disposición un estadio grande y moderno que pueda ser utilizado en unos Juegos Olímpicos o en mundiales de fútbol (en colaboración con otros países), el Estado no gastará dinero en su construcción (salvo en la instalación de la pista atlética desmontable, poco antes de los JJOO), y además la empresa multinacional tendría publicidad asegurada al ponerle su nombre al estadio de uno de los clubes más populares de Chile y de Sudamérica. 

Delincuencia y seguridad pública: Una mala excusa

El argumento que más se suele usar para oponerse a la construcción de un estadio propio de Universidad de Chile es el de la seguridad pública. Nadie puede desmentir que la delincuencia en nuestro país ha aumentado muchísimo en el último tiempo, pero ¿es eso culpa de un simple equipo de fútbol, como lo es la “U”? Claramente no.

Si en Chile hay muchos delincuentes, es debido a que los políticos no hacen las leyes necesarias, los gobiernos no aplican mano dura, y los jueces y fiscales no hacen el trabajo que tienen que hacer. Si los carabineros detienen a un delincuente que ya ha sido capturado 30 o 40 veces, eso no es culpa de un equipo de fútbol como lo es la “U”: eso es porque son otros estamentos los que no han sabido cumplir con su misión.

Universidad de Chile no puede pagar el pato porque otros no hacen su pega, eso es una injusticia terrible. Si hay delincuencia en los estadios, es porque los jueces y fiscales dejan libres a esos delincuentes, porque los parlamentarios hacen leyes garantistas, y porque a los políticos les importan más los derechos humanos de los delincuentes que los de la gente decente. Pero ya dejemos de culpar a la “U” porque los delincuentes van a los estadios, que con un Poder Judicial menos corrupto y con políticos más eficientes, esos delincuentes estarían todos presos y no metidos en un estadio causando desmanes. 

El tema de la delincuencia sólo es una malísima excusa para bajarle el pulgar al estadio de la “U” una y otra vez. Pero con algo de visión de futuro, es posible revertir eso, y de paso además otorgarle a nuestro país un nuevo estadio, tan grande y moderno que permitiría utilizarlo en las más importantes citas deportivas a nivel global. Soñar no cuesta nada, y tener altura de miras y voluntad política tampoco.

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