domingo, 22 de abril de 2018

Hipocentauro: el príncipe de los centauros

Se dice que los centauros eran excelentes cazadores y guerreros. Estas criaturas estaban provistas de una inteligencia y destreza humana, pero también de la velocidad de un corcel de carreras. Al ser mitad humano y mitad caballo podían aprovechar lo mejor de cada una de esas especies para llevar a cabo sus tareas cotidianas y bélicas.
 
En general eran seres belicosos, que trataban de penetrar en el bosque dominado por minotauros. Si bien poseían armas y corazas de acero, jamás lograban vencer a la fuerza bruta de los minotauros, quienes eran capaces de resistir el impacto de lanzas y dagas.
Un guerrero con mucho poder.
A través de los años, su impulso por adueñarse del llamado “bosque taurino” fue en aumento. Y cada vez eran más y más los centauros que se transformaban en víctimas de los minutauros, los cuales eran menos belicosos, pero a la vez muchísimo más destructivos cuando tenían que defenderse cuerpo a cuerpo.

Es así como la guerra entre minotauros y centauros se fue haciendo infructuosa para estos últimos: por cada minotauro muerto, perecían casi una decena de centauros. Ello era explicable por la descomunal potencia física de los minotauros, los cuales no necesitaban armas para tener que luchar con sus oponentes.

El “bosque taurino” era la causa de los enfrentamientos entre ambos bandos. De este lugar se podían obtener alimentos, ya que todos los árboles producían sabrosos frutos, ideales para la población eminentemente herbívora de centauros y minotauros. También, dicho bosque era sinónimo de seguridad, pues era un lugar muy recóndito y difícil de penetrar, por su abundante vegetación de plantas venenosas. Y quien lograra dominar ese territorio, era capaz de tener un bastión inexpugnable y también asegurarse no pasar hambrunas.

Un día apareció un centauro con una capacidad de liderazgo, fuerza física y una destreza en usar las armas que ningún otro centauro poseía. Pero este ser tenía una particularidad: si bien la mitad inferior de su cuerpo era la de un equino y la superior era humana (al igual que todos los centauros), su cabeza era de caballo y no de humano. Una extraña mutación que no dejaba de llamar la atención entre sus compañeros. Por eso, este mutante era conocido simplemente como “Hipocentauro”.

Dentro de los centauros iba tomando fuerza la idea de que fuera Hipocentauro quien los podría guiar a un triunfo sobre el ejército de minotauros, y que así de una vez por todas podrían apoderarse del bosque taurino. Hipocentauro se entrenaba con dureza: quería llegar a ser el mayor guerrero que haya existido y convertirse en el líder indiscutido de su pueblo.

Más que un guerrero, una leyenda.
Un día, Hipocentauro paseaba muy cerca del límite donde comenzaba el bosque taurino. Y, estimulado por un extraño instinto, se adentró en el frondoso paraje. Una vez ahí, de inmediato empezó a sentirse observado. Cada vez que avanzaba, con su elegante galopar, sentía que quien lo estaba mirando estaba más cerca. En eso se le aparece un joven guerrero minotauro. Hipocentauro saca su arma y lo encara. En eso, el minotauro le dice “no me ataques, tú no eres como el resto de los centauros”. Hipocentauro parece hacer caso omiso y se lanzó sobre el taurino, haciéndole un corte en el brazo. El minotauro rugió con fuerza, y le volvió a repetir “No me ataques, eres de los nuestros”.

Hipocentauro se extrañó y lo dejó hablar. “Tú no tienes ese lado humano de la codicia que poseen los centauros. Eres un ser diferente, un hipocentauro. En nuestro pueblo hay una antigua leyenda que dice que un día llegará un Hipocentauro, que va a tener más de animal que de humano, y que será el que va a unir a ambos pueblos. Nosotros los minotauros somos pacíficos, los centauros son los belicosos que quieren apoderarse de nuestro hogar. Lo que hacemos es defender lo que nos pertenece”, argumentó el joven minotauro.

En ese momento, Hipocentauro comprendió que estaba entrenándose para una guerra sin sentido: una guerra que no tenía motivo de existir y en la cual tampoco habían posibilidades de triunfo. Así que, en ese instante, decidió no volver adonde los centauros, pues jamás lograría convencerlos de lo contrario, ya que eran criaturas que necesitaban estar peleando siempre. Pero, para no sentirse un traicionero de su pueblo, tampoco se iría con los minotauros. De esa forma, partió a conocer nuevas tierras, nuevos horizontes, para vivir en paz, y alejado de las batallas entre culturas que no tenían el por qué ser enemigas entre sí.


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