Corría el año 1980 cuando el paleontólogo argentino Roberto Abel realizó el hallazgo más importante de su carrera científica: desenterró un enorme cráneo perteneciente a un dinosaurio. Su sorpresa sería aún mayor al percatarse que se trataba de una especie nunca antes descrita, a la cual bautizó como Abelisaurus, para inmortalizar en este extinto carnívoro el apellido de su descubridor (una práctica habitual en Paleontología).
Pareja de abelisaurios |
Hasta ahora, ese cráneo es el único y exclusivo vestigio que puede dar cuenta de la existencia pasada del abelisaurus. Sin embargo, los avances de la ciencia han logrado dilucidar que existió hace unos 80 a 83 millones de años en lo que ahora es la Patagonia argentina. Además, se pudo determinar que fue un cazador muy efectivo y sin dudas bastante temido: medía entre 7 y 9 metros de largo, y sus potentes dientes afilados y curvos hacían de sus fauces una máquina trituradora perfecta.
Su pariente más cercano fue otro gran predador: el Carnotaurus, siendo ambos los principales representantes de la familia de los Abelisauridae. Sin embargo, una característica anatómica muy interesante y distintiva de abelisaurus fue la morfología de su cráneo, el cual era proporcionalmente más liviano al de los grandes terópodos. Esto hace pensar que tal vez sus movimientos pueden haber sido bastante rápidos y ágiles, lo que habría hecho de él un lagarto en verdad muy peligroso, llegando a ser uno de los amos y señores de los bosques patagónicos.
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