Esta criatura legendaria se encuentra inserta en las creencias criollas desde Chiloé hasta el Norte Chico. Según cuentan los relatos, su aspecto era variable pero muchas veces se le asocia a un vampiro
La Mitología Mapuche fue muy rica en crear mitos increíbles
que a la postre terminarían por expandirse a buena parte de lo que actualmente
es nuestro territorio nacional. Así, dentro de todos los seres fantásticos que
la conformaban, sobresale de inmediato el Piuchén, el cual también solía ser
denominado de diversas formas: Peuchén, Pihuchén, Pihuychén, Pihuichén,
Piguchén y también Piwuchén. Más allá del nombre que él llevara, siempre se
hacía referencia al mismo ser: una especie de vampiro que succionaba la sangre
de sus víctimas, muy parecido a como se ha descrito en innumerables ocasiones
al Chupacabras en diversos países de Mesoamérica.
La descripción clásica del Piuchén narra que era una especie
de vampiro gigante de aspecto aterrador, sin embargo en otros pasajes del mito
se dice que más bien se parecía a una serpiente voladora cuadrúpeda, aunque con
ciertas características humanoides. Lo que sí está claro es que la leyenda
asegura que el cuerpo de este ser fantástico estaba cubierto por pasto, malezas
y pequeños cilindros retorcidos, lo cual le daba una apariencia aún más
tenebrosa.
Uno de los aspectos del Piuchén |
Tanto en la mitología mapuche como en la chilota se le atribuyen
poderes sobrenaturales al Piuchén. Todos los relatos coinciden en que era una
criatura básicamente nocturna la cual tenía como su hábitat preferido las zonas
boscosas cercanas a la costa, ríos o lagos. Se trataba de un personaje
extraordinariamente longevo, que podía llegar a vivir cientos o hasta miles de
años, pero de todas formas era la fuerza física su principal atributo, ya que
era capaz de derribar árboles con gran facilidad, e incluso tenía la facultad
de dominar el mar, generando impresionantes marejadas.
El comportamiento del Piuchén es muy particular. Generalmente
durante el día se esconde, adhiriéndose a la corteza de los árboles, desde
donde observa atento lo que sucede a su alrededor, mientras a la vez descansa.
La única forma de reconocer su inminente presencia es gracias a su excremento
rojizo que deja en los troncos, así como también por sus silbidos estridentes
que interrumpen la aparente tranquilidad del bosque.
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