Es probable que ninguna otra época haya sido tan prolífica
para el desarrollo de la más exuberante de las faunas como lo fue la Era
Mesozoica. Durante ese período prehistórico (compuesto por el Triásico,
Jurásico y Cretácico), el mundo se vio poblado de una serie de animales
imponentes, que impactaban por sus colosales dimensiones, y dominaban tanto el
cielo como el mar y la tierra.
El gigante Quetzalcoatlus |
Así, fue en pleno período Cretácico cuando por los cielos
surcaron los seres alados más grandes de los que se tenga registros: el género
de los Arambourgiania. Estos animales eran una de las tantas familias de pterosaurios
(“lagartos alados” en griego) que existieron durante esos tiempos remotos, pero
que a diferencia del resto tuvieron la particularidad de ser realmente
gigantescos. Dentro de dicha familia, se puede destacar a dos especies de tan
titánicas dimensiones, que nunca más volvieron a repetirse: el Quetzalcoatlus y
el Titanopteryx.
Hasta donde se ha logrado indagar, el Quetzalcoatlus y el
Titanopteryx eran bastante similares tanto en su morfología como en su tamaño.
Ambos lagartos tenían una envergadura alar de al menos 15 metros, y al estar
erguidos en tierra eran más altos que una jirafa. En otras palabras, ver volar
a una de estas criaturas debe haber sido casi como divisar un avión o un
aeroplano, pero con propulsión animal.Estudios aseguran que estos reptiles fueron seres carnívoros: eminentemente cazadores, pero es probable que también hayan sido expertos carroñeros. Los asombrosos pterosaurios dominaron los cielos durante varios millones de años, antes de extinguirse hacia fines del Cretácico tardío, junto con el resto de los dinosaurios, dando así por cerrada la etapa más dorada de la evolución zoológica.
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