domingo, 24 de julio de 2022

“Llamen y la puerta les será abierta”

Juliana de Norwich (1342-después de 1416)

reclusa inglesa

Revelaciones del amor divino, cap. 41: 14º revelación (Revelations of Divine Love, c. 41), trad. sc©evangelizo.org


“Llamen y la puerta les será abierta”


Después de esto, nuestro Señor me hizo una revelación sobre la oración; en ella vi dos condiciones: una, la rectitud; la otra, la confianza firme. Muy a menudo nuestra confianza no es completa, pues no estamos seguros que Dios nos escuche, debido, pensamos, a que no somos dignos de ello y también porque no sentimos nada en absoluto. Con frecuencia nos encontramos tan vacíos y secos después de nuestras oraciones como lo estábamos antes. Y cuando nos sentimos de esa manera, es nuestra locura la causa de nuestra debilidad, así lo he experimentado en mí misma. Súbitamente nuestro Señor trajo todo esto a mi espíritu y me reveló estas palabras: “Yo soy el fundamento de tu súplica. Primero, es mi voluntad hacerte este don, luego hago de modo que lo desees y después que supliques por él. Si tú suplicas, ¿cómo podría suceder que no obtuvieras lo que pides?”

Nuestro Señor transmite una gran confianza. (…) Cuando dice: “Si tú suplicas”, muestra el gran deleite que le causa nuestra súplica y la recompensa infinita que por ella nos otorgará. Cuando dice: ”¿Cómo podría ser...?”, se habla como de una imposibilidad; pues nada podría ser más imposible que el que nosotros buscáramos misericordia y gracia y no la obtuviéramos. Porque todo lo que nuestro buen Señor nos hace suplicar, él mismo lo ha ordenado para nosotros desde toda la eternidad. Así, podemos ver aquí que no es nuestra súplica, sino su propia bondad, la causa de la bondad y la gracia que él nos da. Y esto es lo que realmente revela en todas estas dulces palabras, cuando dice: «Yo soy el fundamento». (…)

La súplica es un deseo sincero, gracioso y perseverante del alma, unida e incorporada a la voluntad de nuestro Señor por la dulce y secreta operación del Espíritu Santo. Nuestro Señor es el primer receptor de nuestra oración, según yo lo vi. La acepta con el mayor agradecimiento, y muy regocijado la envía al cielo, depositándola en un tesoro donde nunca perecerá. Allí, ante Dios y todos sus santos, es continuamente recibida, beneficiándonos siempre en nuestras necesidades. Y cuando alcancemos la bienaventuranza, se nos dará como una medida de alegría, con un agradecimiento infinito y glorioso por su parte.

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