Benedicto XVI
papa 2005-2013
Exhortación apostólica postsinodal, Sacramentum caritatis, 22 Febrero 2007, 79 (© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana)
En Cristo, Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Col 1,18), todos los cristianos forman «una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa» (1 P 2,9). La Eucaristía, como misterio que se ha de vivir, se ofrece a cada persona en la condición en que se encuentra, haciendo que viva diariamente la novedad cristiana en su situación existencial. Puesto que el Sacrificio eucarístico alimenta y acrecienta en nosotros lo que ya se nos ha dado en el Bautismo, por el cual todos estamos llamados a la santidad, esto debería aflorar y manifestarse también en las situaciones o estados de vida en que se encuentra cada cristiano. Este, viviendo la propia vida como vocación, se convierte día tras día en culto agradable a Dios. Ya desde la reunión litúrgica, el Sacramento de la Eucaristía nos compromete en la realidad cotidiana para que todo se haga para gloria de Dios.
Puesto que el mundo es «el campo» (Mt 13,38) en el que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las condiciones comunes de la vida. Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad.
Animo en especial a las familias para que este Sacramento sea fuente de fuerza e inspiración. El amor entre el hombre y la mujer, la acogida de la vida y la tarea educativa son ámbitos privilegiados en los que la Eucaristía puede mostrar su capacidad de transformar la existencia y llenarla de sentido. Los Pastores siempre han de apoyar, educar y animar a los fieles laicos a vivir plenamente su propia vocación a la santidad en el mundo, al que Dios ha amado tanto que le ha entregado a su Hijo para que se salve por Él (cf. Jn 3,16).
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