viernes, 27 de agosto de 2021

La Biblia nos enseña a ser acogedores con los migrantes

 El mundo vive momentos complejos. Venezuela, Siria y Afganistán están en pleno colapso. Millones de personas se ven forzadas a dejar sus hogares y su propio país. Esto nos invita a reflexionar. 

Las crisis políticas causan estragos en el mundo. Ya sea el Chavismo comunista en Venezuela, los terroristas talibanes en Afganistán, la pobreza endémica de Haití o la brutal guerra civil en Siria, han hecho colapsar a dichas naciones. Esos estragos obligan a las personas a tener que abandonar sus respectivos países, con todo el drama humanitario que ello conlleva. 

La migración es un tema muy complejo, porque es multidimensional. Por un lado está el migrante, que es un ser humano que está sufriendo, y que por su naturaleza misma de persona merece una vida algo mejor. Y por el otro está el legítimo derecho de los países a elegir quien ingresa y quien no. El tema es tan complejo, que aún siendo yo pro inmigrantes me cuesta mucho tener una postura clara al respecto, ya que ambos argumentos son demasiado de peso como para desechar por completo a cualquiera de los dos. 

Creo que la solución para la migración es tratar de buscar un punto intermedio. Por un lado, desechar la política demagógica de puertas abiertas totales, pues claramente hay que aplicar un filtro hacia quienes quieren llegar al territorio nacional. Pero por otro lado, tampoco podemos caer en las prácticas deleznables de la xenofobia, la que tiende a tildar a "invasores" a todos los inmigrantes, y a meterlos a todos en el mismo saco. Hay inmigrantes buenos y malos, así como en el mundo y en la vida también hay gente buena y mala. 

Lo más importante es siempre ser empático y comprensivo. Al inmigrante hay que tratarlo con respeto y con deferencia, nunca discriminarlo. Más allá de las causas de por qué haya dejado su país, es importante tratar de comprenderlo y entenderlo. Todos nosotros podemos alguna vez pasar por eso mismo. Hay que tratar al prójimo como nos gustaría que nos trataran a nosotros.

Esto es tan cierto, que incluso la propia Biblia se refiere al caso de los inmigrantes en diversas pasajes, los cuales nunca está de más recordar:

«No vejarás al emigrante» (Éxodo 23,9)

«No negarás el derecho del emigrante» (Deuteronomio 24,17)

«Maldito quien viole los derechos al emigrante» (Deuteronomio 27)

«Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Deuteronomio 10,19)

«Al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo» (Levítico 19,34).

«Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a re- cogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda» (Deuteronomio 24,17).

«Fui extranjero y me acogiste» (Mateo 25,35).

«Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque todos sois uno en Cristo» (Gálatas 3,28).

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