“Nunca hubo guerra buena, ni paz mala”, decía Benjamin Franklin, mientras por su parte Jacinto Benavente aseguraba que “El pretexto perfecto para todas las guerras es conseguir la paz”. Ambas frases sintetizan de buena forma lo que el grueso de la humanidad piensa respecto a un acto tan crudo como lo son los conflictos bélicos. Sin embargo, pocas veces el mundo estuvo tan cerca de jugarse su existencia como lo fue durante la Guerra Fría, cuando las dos grandes potencias (Estados Unidos y la Unión Soviética) se mostraban los dientes, tratando de impresionarse el uno al otro a ver cual lograba generar más impacto sobre el contrario. En ese contexto histórico fue como debutó por primera vez (y afortunadamente por única vez) la llamada “Bomba del Zar”.
La terrible "Bomba del Zar" |
El brutal estallido de la única Bomba del Zar que se alcanzó a tirar generó la temperatura más alta que se ha registrado en la superficie terrestre, llegando hasta más de un millón de grados centígrados (algunos aseguran que bastante más de eso), y siendo capaz de acabar con todo vestigio de vida a 100 kilómetros a la redonda. La energía luminosa irradiada por este apocalíptico cohete nuclear fue tan poderosa que pudo ser vista incluso a una distancia de 1000 kilómetros de distancia. Además, la nube del hongo atómico llegó hasta la impresionante altura de 64.000 metros de altura, es decir siete veces el Monte Everest.
Según estiman los historiadores, el lanzamiento de este descomunal explosivo fue más bien como una muestra de poder por parte de los soviéticos, para intimidar a estados Unidos como nunca nadie lo había hecho antes. Ciudades como Los Angeles, Nueva York o Chicago habrían desaparecido del mapa en segundos de haber sido utilizada esta arma en un conflicto. Afortunadamente sólo se le usó una vez y después nunca más, que de lo contrario hubiera mandado directamente a buena parte de la Humanidad de vuelta a la Edad de la Piedra.
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