Hace unos 70 millones de años, en lo que actualmente es el norte de Estados Unidos, vivió una extraña criatura, con una cabezota desproporcionadamente grande en relación al resto de su cuerpo, pese a lo cual se cree que igual era un animal bastante ágil y veloz. Se trató del Pachycephalosaurus (“Reptil de cabeza gruesa”); el más característico de los paquicefalosáuridos, y también el más grande: medía unos cinco metros de largo y pesaba más de 200 kilos.
En medio de un mundo hostil y extremadamente peligroso, en donde cualquier distracción podía significar la diferencia entre la vida y la muerte, el Pachycephalosaurus contaba con una ventaja que pocos dinosaurios tenían: unos ojos que sobresalían hacia los lados, lo cual le permitía captar su entorno con una visión binocular muy aguda. Esta propiedad, sumada a un agudo sentido del olfato, lo convertía en una presa difícil de cazar, incluso para el más avezado de los carnívoros.
Un experto cabeceador |
Sin embargo, de todas sus características, la que más
llamaba la atención era su enorme cabeza abombada, cuya parte superior tenía
una forma de casco o caparazón. Pese a esta singular morfología de su cráneo,
su cerebro era relativamente pequeño, al igual que el de casi todos los
dinosaurios. Pero la apariencia de su testa tenía una razón de ser: sus huesos
en esta zona de su cuerpo eran demasiado gruesos, llegando a un ancho de más de
25 centímetros. A todas luces, esa era su principal arma: una cabeza dura como
una roca, la cual usaba para embestir a los predadores luego de desesperados
piques con sus cortas pero robustas patas. No es de extrañar que, al verse
acorralado por un cazador, el omnívoro Pachycephalosaurus haya optado por tirarse
como un piloto kamikaze para intentar fracturar las extremidades o el tórax de
su oponente, con el que obviamente en caso de enfrentarse a mordiscos habría tenido
todas las opciones de perder.
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